¿Qué son los alimentos transgénicos?

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Los productos de alimentación que han sido modificados genéticamente para tener ciertas propiedades especiales son objeto de debate desde su aparición.

Si alguien se acerca a las estanterías de la sección de fruta y verdura en un supermercado, ante él desfilarán enormes tomates de un rojo deslumbrante, sandías sin pepitas que siempre están dulces, frutas de temporada fuera de temporada… Estos saludables manjares entran rápidamente por los ojos y llenan la mente de una sensación de bienestar incontrolable. Pero algunos de estos productos no son tan naturales como parecen, sino que se trata de alimentos transgénicos. ¿Y qué significa esto? ¿Cómo puede afectar a quien lo consuma?

Los alimentos transgénicos son organismos que poseen en su composición uno o varios genes diferentes de los que se les atribuyen en un principio. Mediante técnicas de biotecnología, se pueden utilizar genes extraídos de seres vivos, modificados en laboratorios y reintroducidos en el mismo u otro organismo. Técnicamente se conocen como Organismos Modificados Genéticamente (OMG) y su objetivo es dotar a estos organismos de cualidades especiales de las que carecerían. De este modo, las plantas transgénicas pueden sobrevivir a plagas, aguantar mejor las sequías, o resistir el efecto de algunos herbicidas.

Aunque se trata de un procedimiento controlado y la mayoría de modalidades utilizadas para producir estos organismos están autorizadas, han suscitado un intenso debate entre quienes ven una mejora significativa y muchas ventajas y quienes señalan los riesgos que estos productos podrían esconder. 

Legislación europea con respecto a los OMG
En Europa, los Reglamentos 1829/03 y 1830/03 recogen las obligaciones con respecto al etiquetado de los OMG.

Es obligatorio informar al cliente cuando se comercialice un organismo modificado genéticamente o un derivado del mismo. En productos destinados al consumidor final, deberá indicarse de una de estas maneras: “Este producto contiene organismos modificados genéticamente” o “Este producto contiene [nombre del o de los organismos] modificado [s] genéticamente”.

La legislación europea obliga a quienes forman parte de la cadena de producción a informar acerca de si el producto contiene o está compuesto por OMG, tal y como recoge la página de la Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (Aesan). “Los operadores están obligados a transmitir por escrito al operador que recibe el producto la mención de que éste contiene o está compuesto por OMG y el identificador único asignado a dicho OMG. Este identificador es una clave alfa numérica que identifica de forma inequívoca el OMG”, se informa en la web de Aesan.

Los alimentos modificados genéticamente deben ser etiquetados como tales aunque ya no contengan trazas de ADN ni proteína derivada de la modificación genética.

En cuanto al umbral de presencia accidental o adventicia a declarar, tendrá que aparecer en la etiqueta si esta supone un 0,9 %. Un 0,5 % transitorio si se considera que el OMG tiene un riesgo favorable pero todavía no dispone de la autorización administrativa de la Unión Europea. 

Pros y contras de los transgénicos
Los seguidores de esta práctica, como el catedrático de Bioquímica y Biología Molecular Francisco García Olmedo, defienden el uso de transgénicos por las ventajas que en ellos se encuentran: protección frente a virus o herbicidas, mayor durabilidad y tamaño, crecimiento acelerado o la capacidad de crecer en zonas estériles y de que se les añadan proteínas que de normal no poseerían. Otro argumento muy común es el que afirma que la cría y el cultivo selectivos ha sido una práctica común desde hace miles de años y ahora solo se ha llevado un paso más lejos. Además, por el momento no ha habido indicios de que los alimentos transgénicos tengan consecuencias de salud en las personas que los consumen.

Sus detractores, por otro lado, apuntan a que el uso de estos productos se ha generalizado en muy poco tiempo sin que se pueda comprobar si los alimentos transgénicos tienen consecuencias a largo plazo. Juan Felipe Carrasco, ingeniero agrónomo que encabezó en 2010 una campaña de Greenpeace contra los transgénicos, es uno de los muchos opositores a este tipo de alimentos debido al impacto medioambiental y la pérdida de biodiversidad que suponen.

Uno de los mayores argumentos en contra del uso de transgénicos no se refiere a los transgénicos en sí mismos, sino al modo de uso de los mismos: estos productos no generan semillas viables por lo que se pone a los agricultores en una situación de dependencia total frente a los suministradores, generalmente grandes empresas multinacionales que controlan qué, cómo y cuánto se produce. Mientras que muchos proclaman que los alimentos transgénicos serán capaces de alimentar a toda la población mundial, otros señalan que, verdaderamente, el problema del hambre en el mundo es de distribución, no de tecnología: hay comida para todos, pero está mal repartida.